16 febrero, 2011

Julio (1)

No creo que Julio me haya mandado chocolates por lo de San Valentín. Recuerdo que le insinué que los chocolates aquí, que los chocolates acá, que uy, que rico los chocolates, que valía la pena ser un amante a la antigua, un romanticón arjonado, un weón que envía chocolates por correo a la distancia, aunque hubiese preferido un mail…
Será su forma de decirme: gracias por el revolcón, por el tour santiaguino a la medida, o por recibirlo ansiosa después de su viaje al Sur de Chile. No sé. La tarjetita a penas indicaba el “para”, el “de” y un "gracias". Me cuestionaba todo eso mientras elegía que chocolate primero me echaba a la boca y cual después. No me gustó tanto...O sea, los chocolates sí, ricos, pero olía a mera cortesía forzada en el día de los enamorados. Y si andamos con esas, por qué no me pegó un llamadito o me escribió una carta diciéndome que estaba enamorado de mí. Me cagó, no hallo que mierda subentender de este “gesto” normal, común y silvestre. Es muy probable que no haya que entender nada, asumir que disfruté del 95% de cacao y listo. Pero yo no soy así y Julio debería saberlo. Saberlo pa qué, si ya ni lo voy a ver…
Me gusta Julio. Me puse más nerviosa que la mierda cuando leí que venía a Chile reclamando la tercera parte de su tour por Santiago, sin intermediación de Feli un mail directamente de él para mí. Como no soy capaz de pensar como turista no preparé na’, me descompensé, no me quedó otra que improvisar.
Julio para mí siempre fue un argentino atípico: un tipo de pausas largas (como que a veces se quedaba pegado) para nada fanfarrón, aunque canchero, y un desparpajo para hacer lo que se le venía en gana pero que no atentaba contra la comodidad de nadie, su voz más dulzona que imponente con hartas sonrisas entremedio. Guapo, simpático, de esa gente que da gusto llevarla a cualquier parte porque donde sea lo pasan bien, como si se armaran un campo de fuerza anti-aburrimiento alrededor.
La última vez que vino con su novia, la ahora ex, también los guié, incluso les recomendé un motel. Sobre todo me fascinaba como la besaba a ella, reconozco que los miraba sin pudor meterse la lengua el uno al otro. Tenían esa complicidad de comunicarse por efluvios misteriosos, con apenas mirarse se entendían perfectamente o se adivinaban. A veces Julio le besaba la mano, pero fuera de toda cursilería imaginable. Por eso le pedí, en medio del lamentable speech que me mandé ese día en un bar del barrio Brasil, que por favor me tratara como a su ex novia, aunque fuera por un rato. Aún no logro explicarme muy bien qué me atrajo de Julio. Y es que no es específicamente algo, es él caminando por el San Cristóbal mirándome atentamente cuando trataba de explicarle por qué encontraba estúpido llegar a un país desconocido e ir a meterse a un museo.

No hay comentarios: