19 mayo, 2013

Todo lo que quiero hacer y no hago, todo lo que quise hacer y no hice.


Por si no lo escribí antes es bien sabido de mí que soy mala de adentro. Me lo dijo varias veces, él y los que le sucedieron. Es una maldá inevitable en mí, aunque quiera hacer el bien y desee el bien, yo hago el mal. Un mal bien convencional en todo caso, que tiene más que ver con ir a contrapelo de la omnipresente Institución de la Wena Onda. Algunos de los ejemplos que me dió para sostener su “hipótesis” fueron: cuando yo más triste estaba, tu insistiai en dejarme solo. Te divierte morderme fuerte, aunque me queje. Te carga involucrarte con mis amigos o conocer gente nueva, si algo te incomoda no tratas de acomodarte, te parái y te vai no más aunque dejís la cagá. No te callas nada de lo que piensas le duela a quien le duela, ofenda a quien ofenda llegái y la lanzái. Incluso cuando trataste de hacer algo bueno, como cuando le diste un regalo a tu vieja pal día de la madre le dijiste: me cargan los días de, pero igual te compré un regalo.
Ser mala de adentro es una weá que se nota: de partida no caís bien, así que empezái a aislarte porque una persona mala de adentro se sabe así misma así y se salva sola de las molestias de los otros, una persona mala de adentro no se justifica ni se explica a sí misma, es por sí y para sí un ego constante y separatista. Con todas esas características a cuestas es imposible pensar en la posibilidad de desempeñarme como profesora, pero eso hago. Llámese relatora o lo que sea que se le llame a esta profesión menoscabada y mal pagada, despristegiada por un sistema que pone en jaque al profesor y al estudiante no más, o más al profe. La cuestión es que desde que trabajo que soy infeliz y nunca creí que se pudiera realmente serlo. Lloro casi todos los viernes y eso que tengo 18 horas semanales no más. No sé cómo lo hacen los profes que trabajan 40 o 44 horas, en su lugar yo ya me habría disparado en algún recreo en el medio del patio del colegio. No llevo ni un año completo trabajando pero ya quiero jubilarme. La introducción que di me sirve para explicar el odio que me tiene la directora porque ya soy “la profesora conflictiva que es muy, muy mala onda”, cosa que atribuyo a la maldá con la que nací. Mi ilimitada maldad no me permite hacer favores, ni horas extras gratuitas, tampoco me permite ir los días sábados a la corrida de padres e hijos organizada por el colegio, o darle mi valioso tiempo a la organización de la fiesta de la primavera que da tanto quehacer a los profes que los obliga a terminar su jornada como a las 11 de la noche, menos puedo asentir a preguntas como: Acaso no siente orgullo de trabajar en un colegio que le va bien en Simce? O quedarme a oir un consejo de profesores destinado a organizar un via crucis. Lo siento, digo, no pertenezco a la institución de la wena onda, yo soy mala de adentro.
Hace poco la directora cachó que entre los profes se formó una especie de “comisión de bienestar” que recauda una plata mensual DE LOS PROFES y así tener en un casillero destinado a guardar café, azúcar y te a mano y a libre disposición para y en la sala de profesores. Con la plata del último mes se optó por comprar un hervidor eléctrico, ya que el único que hay está malo o anda rebotando por todas partes y uno al final nunca lo encuentra cuando lo necesita. La directora pegó el grito en el cielo, el cielo de la administración del colegio, y se enojó, dijo que del hervidor sólo queda un paso para la sindicalización y luego la total y completa anarquía, el caos. Es una lástima no haber estado ahí cuando la veterana se desayunó con la noticia. A mí me lo contó la profe de matemáticas, que ya está bien asustá porque la otra vez en su reunión de apoderados los papás agarraron vuelo y mandaron una carta al ministerio de educación por la falta de lugares pa almorzar de los cabros. A mi igual me dio risa lo absurdo de la situación, pero aproveché de decirle a la profe que en una de esas sería weno agarrar papa y sindicalizarnos no más, mal que mal si la echaran tendría el apoyo de la organización y el empleador se vería en la obligación de justificar verazmente la causa de despido y por lo menos se iría con plata en el bolsillo. Se lo dije porque al final uno salta cuando las weás le tocan directamente. Si estái cómodo o bien adaptado esas ideas ni se te ocurren, es la adversidad la que te hace recurrir a la colectividad. Es obvio que el demonio que llevo dentro fue el que me sopló esa idea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No eres mala , creete el cuento si.