07 enero, 2015

En Australia

Quise hacerme un wordpress porque la Stef siempre me dijo que era más bakán. Sin embargo, la cagá de blog nunca me abrió como pa poder publicar continuamente. Aclarado esto vuelvo a mi antiguo sucucho.


Estoy tan fome como rigurosamente cesante. Trabajé 3 semanas de livinnany  y la experiencia fue como las reverendas weas. Esperé 2 meses pa trabajar más de dos días seguidos  y me topo con un par de judíos que esperaban de mi una sirvienta del siglo XIII. Cómo no les da vergüenza!!! Las primeras semanas un amor la nipona culiá de dueña de casa. Arreglamos al principio que a la tercera semana me subía 100 dólares porque las 2 primeras semanas era de treinin. Resulta que le limpié la casa culiá gigante sin que me reclamara por nada y le cociné rico. Me llovieron halagos de los comensales. Pero a la tercera semana ya no le gustó que se viera el revés en la esquina de las cortinas o que secara las toallas en la secadora de ropa. Me gritoneó porque le dije que no tenía tiempo de andar reparando cosas que no había roto y porque le dije que no habíamos acordado del principio que tenía que hacer las compras también. Le dije que por esa pega me tenía que pagar más horas y la culiá no me pagó nada, absolutamente nada de lo acordado. En el acto que me entrega la plata le dije que me iba ese fin de semana: okei am livin dis sandei at 5. El sábado en la mañana ya la tenía echándome la muy perra (menos mal, armé mi maletita la noche anterior). La subí y la bajé a chuchás chilenas. Como pude me llevé mi maleta llena de sueños echa pico devuelta a la casa de la tia Lily. Ni la puerta me abrieron pa salir, ni de los perritos pude despedirme. Se me quedó el cargador  del celu enchufao en la pieza a toda raja en la que viví en esa casa de horrores y me di cuenta cuando estaba comiendo uvas en una casa vecina llorando por la humillación. Pasó que hacía un calor horno y yo con mi maleta gigante calle abajo por las escaleras y hablando sola,  le pregunté a una pareja de rucios que venían bajándose de su auto cuál era el número de los pacos y solté un llanto que en chile me habría dado cualquier vergüenza. Les di pena. Me invitaron a pasar a su casa y que tomara agüita con azúcar poco menos pa pasar el mal rato, me dijeron que cuando me sintiera bien me fuera. Me llevaron en auto hasta la Edgecliff Station, me dieron un naranja y un sanguchito pa’l camino. Más ganas de llorar me daba su caridá. También lloré de emoción por la bondá de los otros cuando un grupo de afroamericanos de idioma desconocido unos en chala y otros a pata pelá se ofrecieron a llevarme todo el rato las maletas. Gente hermosa por la chucha en el punto de inflexión más conchesumadre del universo en que me encontraba. La mala cuea de que hubieran cerrado una de las líneas a Campbelltown se compensó con todos esos corazoncitos que me hallé al paso a los que puro les daba las gracias entre sollozos. Sé que también lloré por ser foránea, de no pertenecer a ningún lugar, lloré.

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