25 noviembre, 2010

Del amor de los otros al dolor de los otros

Ante la cercanía de la muerte reacciona el cuerpo: la guata es la primera en apretarse, la cara palidece, se traga saliva, todos los gestos tienden a caer, también las rodillas entran en shock. No puede ser sólo la sorpresa, que dentro de todo el azar haya posibilidades que no se barajan, es un poco más aterrador, es como la incapacidad de defenderse ante la inminente amenaza, una amenaza natural e ineludible, un depredador agazapado, así es la muerte, se vive con ella. El cuerpo debe haber desarrollado miles de mecanismo de defensa para permitirle a la muerte vivir al acecho. Sin embargo, nadie está preparado para que le salte encima. Y cuando la muerte salta nada se paraliza, los días y el mundo siguen tal cual y a lo mejor eso está mal, quizá algo tendría que cambiar qué sé yo, en vez de café por la mañana un te rojo; despedirse siempre con un beso y un abrazo; lavar la loza, secarla y guardarla; no pasarse todo el día frente al computador encerrada en la casa; jugar más con el hermano chico; amar más; todo eso que ya es bien aprehendido de las películas, de las canciones y que a la hora de los quiubos se olvida, no se practica, se abandona como un bien relegado a la pura ficción...
Bienaventurados los suicidas, son los únicos que le dan la bienvenida a la muerte.

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